Argentina y el dólar (ese amor no correspondido)

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Editorial de análisis y opinión por Luis Eduardo Zipitría desde Buenos Aires, Argentina.

Entender el metejón de los argentinos con el billete norteamericano es complicado.
Ciudadanos de todos los estratos sociales (fundamentalmente los de clase media y alta) sueñan todos los días con comprar dólares, más que con cualquier otra cosa.

Por supuesto que las innumerables crisis y debacles económicas justifican ese encanto, único refugio que les permite mantener el valor de sus ahorros.
La devaluación del peso atenta todo el tiempo contra la posibilidad de que la mayoría de los argentinos lleven una vida digna (recordemos que hoy la pobreza está por encima del 40%, siendo benévolos con los cálculos), y aquellos que pueden separar unos pesos a fin de mes corren a comprar dólares a cualquier precio.
Como dice el conocido dicho popular: cuando hay devaluación, los precios van por ascensor y el salario por escalera.

Vale pena, para aquellos que no viven en Argentina, contextualizar las condiciones en las cuales los argentinos pueden acceder a comprar moneda extranjera en la era del “Cepo”.
Solo los clientes de los bancos pueden acceder a un máximo de U$S 200; aquellos que deseen comprar por encima de esa cifra, deben recurrir a Sociedades de Bolsa.

Todos aquellos que no están bancarizados (Argentina tiene un 52% de las personas en esa condición) y los extranjeros que llegan de visita deben cambiar en las “cuevas” o “arbolitos”.
La proliferación de billeteras virtuales post pandemia ha posibilitado que más gente acceda al dinero electrónico, mas no a la moneda extranjera.

¿Ahora bien, por qué siempre faltan dólares? Podemos enumerar para explicar tamaño desequilibrio al menos cinco causas: la especulación de las grandes corporaciones y monopolios que, antes que pagar sus impuestos o cargas sociales compran dólares para remitirlos a sus casas matrices.
Luego esas deudas las pagan a largo plazo con tasas irrisorias, por ende, siempre salen ganando; el desequilibrio de la balanza comercial, dado que debe disponerse de moneda extranjera para pagar las importaciones de insumos para la industria.
A diferencia de otros países de Latinoamérica, Argentina tiene una industria importante siendo esa rama la mayor dadora de empleo; la importación de energía, el Estado argentino importa gas licuado (sí, aunque parezca mentira Vaca Muerta no alcanza) por más de U$S 15.000 millones desde hace años; los servicios de la deuda externa que consumen (después del préstamo del FMI al gobierno de Mauricio Macri) un porcentaje muy alto del PBI y por último la demanda del público en general, fenómeno que no se da en otro país de Latinoamérica.

Las soluciones no deben ser sencillas dado que gobiernos de distinto signo han intentado sin suerte solucionar el problema, desembocando siempre en crisis profundas como la híper del ’89 y el estallido del 2001 por poner solo dos ejemplos.
¿Ahora bien, la dolarización que propone el iluminado Milei es la solución?
Economistas respetados en el medio hacen la siguiente cuenta: si se hiciese hoy con los dólares existentes en el Banco Central el billete norteamericano debería valer $ 7.700, es decir un trabajador cuyo sueldo promedio en la economía formal ($ 200.000) cobraría unos U$S 26 y un jubilado ($ 58.665) no llegaría a los U$S 8.
Imposible.

Mientras tanto y aún con la estampida de los últimos días, el común de la gente sigue corriendo tras ese amor que no solo no le da felicidad, sino que lo castiga sin miramientos y hasta con gusto.

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