Apuntes en el Bicentenario de la Declaratoria de la Independencia
LA IGLESIA CATÓLICA DESDE LA COLONIA – editorial del Pbro. Dr. Gabriel González Merlano

Muchos festejos y distintas actividades se desarrollan en estos días en que estamos festejando los 200 años de los sucesos de 1825.
No hablo de Declaratoria de la Independencia, aunque formalmente es lo que se celebra, para evitar susceptibilidades sobre la fecha de la verdadera autonomía de lo que fuera la Provincia Oriental.
Pero más allá de esas disputas académicas, con buenos fundamentos cada una de ellas, lo innegable es que estamos inmersos en un proceso que comenzando en 1811 con la revolución artiguista, continuará luego en la segunda revolución, que principiando en 1825 desembocará en la creación del Estado Oriental del Uruguay, con la Constitución de 1830.
En todo este proceso, de emancipación e independencia está presente la Iglesia católica con un rol protagónico. Y ello porque es una institución que preexiste a estas vicisitudes históricas, ya que sus miembros fueron los primeros que llegaron a estas tierras despobladas y poco valiosas para los españoles.
Allí, a través de una dura tarea de evangelización y civilización se fue desarrollando nuestra época colonial, breve pero gestora de una identidad cultural en la que la matriz española y católica era dominante.
Pocas instituciones políticas más allá del Cabildo en plena comunión, aunque no confusión, con una Iglesia, también carente de estructuras mínimas, fueron dando nacimiento a nuestra nacionalidad, donde la Iglesia católica ofició de “partera”.
En este contexto, no es extraño encontrar la figura del cura y de las parroquias que secreaban en los pueblos que se iban formando, como los dos elementos casi exclusivos para la tarea de la evangelización, cuando evangelizar era también civilizar.
Era impensable que naciera un pueblo sin un lugar consagrado a Dios, una capilla o una iglesia, como también era notable la influencia religiosa, social y cultural de sacerdote.
Incluso política, porque, entre otras cosas por su formación, era el elegido por el pueblo para que lo representara en distintas instancias políticas (asambleas, congresos, etc.) y trámites jurídicos.
No es extraño, entonces, que llegada la revolución, fueran los curas del interior de la Banda Oriental y los frailes franciscanos del convento de San Bernardino de Montevideo, donde había estudiado Artigas, los que fogonearan y acompañaran la revolución oriental, secundando al caudillo que encarnando los ideales evangélicos defendía a los más infelices y desprotegidos.
Una vez más la Iglesia se encuentra consustanciada con el pueblo, cercana a sus dificultades y esperanzas.
No hace falta recordar el testimonio de tantos sacerdotes, que como Figueredo, dejaban sus comunidades para acompañar al prócer en el fragor de las batallas.