La memoria es un faro encendido para que los barcos no se estrellen donde ya hubo naufragios.
Editorial.

En A los botes! charlábamos del regreso de ideas y conductas que mucho daño le han hecho a la humanidad tras constatar los homenajes en España por los 50 años de la muerte del dictador Francisco Franco.
Actos con personas que cantaban el himno levantando su brazo derecho con el saludo nazi, con una pasividad de la justicia que asombra, y analizando si la historia es cíclica y a través de la sucesión de las generaciones esta vuelve a repetirse.
Motivo de esa charla recibimos de la profesora Andrea Rocca el siguiente mensaje que quisimos compartir:
“Quien no conoce la historia está condenada a repetirla”, decía un conocido filósofo.
Pero hoy el peligro es otro: hoy la historia sí se conoce, late en los libros, en las calles, en las heridas, y aun así hay quienes buscan reescribirla como quien afila un cuchillo antiguo.
Hay manos que revuelven el pasado no para aprenderlo, sino para servirlo nuevamente en bandeja, con el mismo sabor a injusticia, con la misma sombra larga del autoritarismo.
Porque hay quienes prefieren repetir la historia no por ignorancia, sino por conveniencia.
Porque cuando ciertos poderes despiertan, siempre quieren volver a dormirnos a todos.
Por eso hoy la memoria no es un recuerdo: es un acto político.
Es un faro encendido para que los barcos no se estrellen donde ya hubo naufragios.