A que denomina la derecha La Batalla Cultural?
La idea de conocer el pensamiento floridense al respecto surge tras una entrevista a Ignacio Costa Dodera, le solicitamos escribiera un editorial y así lo haremos con destacadas figuras del ámbito local.
La Batalla Cultural: un combate por el sentido de la sociedad.
La batalla cultural es una lucha que no se libra en trincheras ni en campos de guerra, sino en las ideas, los valores y los discursos que moldean el futuro de nuestras sociedades.
Este concepto, central en el pensamiento de autores como Agustín Laje, nos invita a reflexionar sobre cómo la cultura se convierte en el terreno principal donde se disputa la hegemonía de lo que consideramos “verdad”, “justicia” o “bien común”.
Es crucial que, como sociedad, reconozcamos la importancia de la educación en esta batalla.
La formación de ciudadanos críticos y reflexivos es esencial para enfrentar los desafíos culturales actuales. Promover un pensamiento independiente y la capacidad de cuestionar lo establecido son pasos necesarios para avanzar hacia un futuro ciertamente más inclusivo y plural.
En esta batalla, líderes como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Javier Milei, Giorgia Meloni y muchos otros han asumido un rol protagónico, cuestionando las corrientes ideológicas dominantes y ofreciendo una visión disruptiva frente a las narrativas establecidas.
Desde diferentes contextos y estilos, estos líderes han señalado cómo la dominación cultural progresista intenta reconfigurar los valores tradicionales y los fundamentos de las sociedades occidentales.
Donald Trump, durante su presidencia en Estados Unidos, se convirtió en un símbolo de resistencia frente a la cultura del “wokismo” y el progresismo globalista.
Trump buscó revalorizar la libertad individual y el rol central de la familia, al tiempo que denuncia lo que considera como una imposición cultural de las élites sobre las mayorías silenciosas.
En América Latina, Jair Bolsonaro replicó esta batalla en Brasil, desafiando las narrativas progresistas que habían dominado el panorama político y cultural del país durante décadas.
Bolsonaro defendió valores cristianos, la soberanía nacional y el rechazo a lo que denominó como “ideologías destructivas”, como la ideología de género o el ambientalismo radical, enfrentándose tanto a los sectores académicos como a los movimientos sociales alineados con la izquierda.
Por su parte Javier Milei, actual presidente de Argentina, encarna una versión aún más radical de esta disputa cultural.
Desde su crítica al “marxismo cultural” hasta su rechazo al rol expansivo del Estado, Milei plantea un mensaje libertario que busca devolver el poder a los individuos frente a estructuras colectivistas que, según él, buscan adoctrinar y controlar a los individuos.
En Europa, Giorgia Meloni, la primera ministra de Italia, ha emergido como una figura clave en la batalla cultural desde una perspectiva profundamente arraigada en la tradición conservadora.
En sus discursos, Meloni enfatiza la importancia de Dios, la patria y la familia como pilares fundamentales de la identidad italiana y europea, rechazando el globalismo y las ideologías que, según ella, intentan borrar las diferencias culturales y desarraigar a las sociedades de sus valores fundamentales.
En Uruguay, la batalla cultural tiene características únicas.
En un país históricamente marcado por un fuerte laicismo, un modelo democrático consolidado y un progresismo influyente, los debates culturales han adquirido un tono que muchas veces busca evitar el enfrentamiento abierto.
Sin embargo, el país no está exento de los grandes temas que hoy dividen a las sociedades occidentales. La discusión sobre los valores tradicionales, el avance de ciertas ideologías, la defensa de la familia y la identidad nacional también forman parte del panorama nacional.
Uruguay ha sido pionero en la implementación de políticas progresistas en América Latina, desde la legalización del matrimonio igualitario hasta la despenalización del aborto y la regulación del consumo de marihuana.
Estas decisiones han generado admiración en algunos sectores internacionales, pero también cuestionamientos por parte de quienes creemos que estas políticas son reflejo de un adoctrinamiento cultural impulsado desde organismos globales y no de un genuino consenso social.
En el país “del 0 a 0” -Uruguay- al decir del escritor Rodolfo Fattoruso, voces críticas han comenzado a emerger tímidamente, exigiendo un espacio para debatir sobre el impacto de estas transformaciones en el tejido cultural y moral del país.
Las discusiones sobre la ideología de género, la educación sexual en las escuelas y el papel del Estado en la promoción de ciertos valores culturales han entrado en la agenda pública, aunque muchas veces relegadas a un segundo plano frente a los grandes temas en debate, como el económico y la seguridad pública.
La pregunta para Uruguay es si está dispuesto a involucrarse más activamente en esta batalla cultural o si continuará navegando con una aparente neutralidad que, en realidad, permite que las élites ideológicas definan el rumbo de la sociedad.
Los uruguayos, al igual que el resto de las sociedades occidentales, enfrentan la decisión de resistir y replantear los valores que sustentan su identidad, o aceptar pasivamente los cambios culturales que llegan desde afuera.
La batalla cultural no se trata solo de resistir ideas percibidas como dañinas, sino también de construir narrativas alternativas. Es un llamado a la acción y a replantear el sentido de comunidad, rescatar la importancia de la familia, la identidad cultural y el derecho de las naciones a autodeterminarse. Líderes como Trump, Bolsonaro, Milei y Meloni han demostrado que esta lucha no solo es necesaria, sino inevitable. Uruguay no debe ser la excepción.
En esta lucha, cada voz cuenta, y es nuestra responsabilidad contribuir al debate.
Ignacio Costa Dodera.-